Un paraíso perdido se halla en los últimos rincones del Alto Tajo que dibuja un relieve característico de altas cumbres y hoces recónditas. La Muela de San Felipe se erige entre recios y férreos murallones dolomíticos hasta alcanzar los 1.838 metros, y desde allí se puede contemplar el inhóspito y rudo territorio de Vega del Codorno, cuyos pobladores parecen haber pactado una tregua con el intenso frío asentándose de forma dispersa por sus tierras, que quedan delimitadas por la Hoz del río Escabas al sur y la Muela de Marojales al este. Su expresión territorial nace de la coreografía entre el mundo natural y rural, un seductor baile que perpetúa la relación de amor y odio entre lo salvaje y lo transformado.
El paisaje nos narra una dramática historia de transgresiones marinas durante el Jurásico y el Cretácico, cuyos grupos calcáreos depositados en amplias plataformas marinas de aguas someras soportaron con bravura el empuje del terrible ciclo orogénico alpino. La Muela de San Felipe es hijo predilecto de tales relatos, de plegamientos y notorios periodos erosivos que han articulado el sinclinal colgado mesozoico que hoy conocemos. Sus murallas, hechas de caliza y dolomía del Turoniense, nos invita a recorrer cañadas cubiertas de pino silvestre (Pinus sylvestris) y sabina rastrera (Juniperus sabina), aunque los quejigos (Quercus faginea), los enebros (Juniperus communis) y las densas matas de Boj (Buxus) no pasan desapercibidos, intercalándose con superficies dispersas de Festuca hystrix y Helianthemum. La vegetación es superviviente de la violencia de los vientos ascendentes y el contundente impacto del periglaciarismo, que junto a la disolución kárstica moldea en la cumbre carbonatada una ciudad encantada cuya morfología es desconocida para foráneos y visitantes.
De sus entrañas nace el río Cuervo, cristalino e inmaculado, describiendo pequeñas cascadas tobáceas y dando vida a un discreto bosque ripícola de tejos (Taxus baccata), acebos (Ilex aquifolium) y abedules (Betula alba) su paso. La paz se respira entre azules turquesas, el florecimiento de las orquídeas (Orchidaceae), el canto del Pito real (Picus viridis), del Zorzal charlo (Turdus viscivorus) y el taladrar del Pico picapinos (Dendrocopos major) hasta resquebrajarse en un poderoso salto que desafía la integridad del joven río. Su edificio travernítico, resultado de la precipitación del carbonato cálcico sobre el musgo, se trata del escultural lienzo de caprichos kársticos que penetra en el corazón del viajero, que encuentra en el manantial la concordia y la armonía que buscaba en cada rincón de la muela. Las aguas de las chorreras, congeladas en periodos invernales, se calman a medida que abandonan la cascada tobácea y el Rincón del Cuervo, y a través de El Perchel, el curso fluvial se adentra en el surco intramontañoso de Vega del Codorno, labrado sobre la célebre Facies Keuper de componente arcilloso y salino. Sin Embargo, el intenso recubrimiento de los depósitos cuaternarios del río Cuervo en el fondo de valle impide un reconocimiento amplio del afloramiento más antiguo de la comarca.
El carácter disperso del poblamiento de la localidad de Vega del Codorno es el sello de identidad del nuevo paisaje que el viajero vislumbra, salpicado de barrios amalgamados con superficies dedicadas al pastoreo y la agricultura. El barrio de La Cueva, el más extenso, se encuentra a los pies de una imponente cueva kárstica donde cada último Sábado antes de Nochebuena se recrea un Belén Viviente, y los vecinos acuden con sus ofrendas a rendir pleitesía al recién nacido. Grandes galerías recorren el interior de la paramera, ofreciendo a los espeleólogos nuevos retos y metas a alcanzar.
El valle de Vega del Codorno abraza al río Cuervo, dispuesto a mezclar sus aguas con las del río Guadiela en Puente de Vadillos, pero no sin atravesar antes Santa María del Val, donde parte de sus aguas quedan retenidas por el embalse de La Tosca. Pero esa es otra historia, la del río Guadiela que esculpe y cincela la Hoz de Beteta y cuyas aguas van a parar al río Tajo antes de Bolarque, antes de Buendía, antes del crimen. Esta es la historia del río serrano que nace y muere con dignidad paisajística y natural, en los dominios del Buitre leonado (Gyps fulvus), del Águila culebrera (Circaetus gallicus), del Alimoche (Neophron percnopterus), del Azor (Accipiter gentilis) o del Gavilán (Accipiter nisus). Esta es la historia de la estética abrupta de las altas muelas cretácicas que reinan la serranía. Esta es la historia de los rincones escondidos que conviven con el frío susurro de los vientos cortantes. Esta es la historia de una naturaleza viva y salvaje, la del Zorro (Vulpes vulpes), el Tejón (Meles meles) y el Ciervo (Cervus elaphus). Una historia de contrastes artísticos moldeados por el discurrir de las aguas en lo más profundo de la Ibérica. Esta es la historia del río Cuervo.
Autor: José Luis Álvarez Serrano. Licenciado en Geografía por la Universidad Complutense de Madrid. Máster en Planificación y Desarrollo Territorial Sostenible y Profesor de Secundaria y Bachillerato. Doctorando en Ciencias Agrarias y Ambientales en la UCLM. Es autor de blog El Cuaderno de Humboldt