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La Mesa de Ocaña, el paisaje olvidado

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En tierra de molinos, una vasta extensión planicie agrícola se puede distinguir desde la ciudad imperial de Toledo, objeto de adjudicación entre caballeros mozárabes y castellanos durante la Reconquista, y cuyas villas y heredades se dispersaban por este territorio que se creía yermo y baldío. Custodiado por las Órdenes Militares, la Mesa de Ocaña permaneció y sobrevivió incólume al paso del tiempo, pero en el siglo XVIII, el desarrollo económico transformó su paisaje, tapizando su gran superficie en una fascinante mezcolanza de terrenos cerealistas, viñedos, olivares y exclusivos rincones para la labor industrial de extraer yeso de sus entrañas. Esta evolución histórica ha otorgado personalidad y carácter identitario a la comarca, que es esculpida a través del asentamiento de pueblos que se cuelgan con dignidad la medalla de salvaguardas de La Mancha.

Vertientes de la Mesa de Ocaña en La Guardia (Toledo). Fuente propia.

Vertientes de la Mesa de Ocaña en La Guardia (Toledo). Fuente propia.

Con una vastedad cercana a los 1.000 Km², la Mesa de Ocaña emerge en el Valle del Tajo, levantando abruptos y majestuosos escarpes yesíferos testigos de innumerables escaramuzas desde tiempos prehistóricos. Al Sur, el escalón de La Guardia detiene su paso, flanqueado constantemente por valles y hondos barrancos del río Algodor y Cedrón. En estas pequeñas vegas, así como en sus bordes, se puede diferenciar la estratificación que ha ido colmatando el páramo durante el Terciario, y que muestra diferentes ambientes sedimentarios Miocenos y Pliocenos. Prácticamente coronando la meseta, se observan las célebres “Calizas del Páramo” cargadas de carbonato cálcico, que definen la estética de sus vertientes, en constante retroceso, pues así lo evidencia la presencia de numerosos cerros testigo que cercan el territorio, como el Cerro de la Atalaya, Cabeza de Can, el Cerrón de Yepes, el Cerro de San Cristóbal o el Cerrón de Huertas, hogar en tiempos difíciles como así lo demuestran los yacimientos prehistóricos y antiguos que se hallan en sus laderas.

En los valles fluviales que rompen con la continuidad del relieve tabular del páramo ocañense, la vegetación silvestre se asienta sobre suelos yesíferos, y en éste se puede presenciar una auténtica batalla por la supervivencia y por la captación de la humedad procedente de las neblinas tempraneras. Es la tierra del tomillo (Thymus spp.), del romero (Rosmarinus officinalis), de la retama (Retama sphaerocarpa) y de la aliaga (Genista scorpius), que despiertan la opulencia de los olores primaverales en la comarca. Pero también encinas (Quercus ilex), pinos piñoneros (Pinus pinea), pinos carrascos (Pinus halepensis) y coscojas (Quercus coccífera) sobreviven al avance del tractor y la siega.

La Mesa de Ocaña es el reino del Halcón peregrino (Falco peregrinus), príncipe de las estepas cerealistas, que atemoriza a sus presas con vuelos picados de más de 300 Km/h. En sus tierras, los zorros (Vulpes vulpes) dan caza a las liebres (Lepus granatensis), conejos (Oryctolagus cuniculus) y jabalíes (Sus scrofa), que son testigos del vuelo del Milano real (Milvus milvus), que otea el horizonte de las campiñas, los montes bajos y los campos abiertos en busca de topillos (Microtus arvalis) y otros roedores. En el amplio tapiz agrícola, se pueden distinguir prominentes Avutardas (Otis tarda) que dan colorido a este poco fastuoso paisaje, y los Sisones comunes (Tetrax tetrax) son amenazados por los cambiantes paisajes sometidos por la mano del hombre.

Del corazón de la Mesa de Ocaña brotan aguas cargadas en sales que nutren el territorio. Sus fuentes, convertidas en arroyos, calman la sed de mares como el de Ontígola o de salobrales como el de Ocaña, reservas naturales violadas por infraestructuras viarias y lastimadas por el constante vertido de residuos de irresponsables que tienen como único dogma apropiarse de la belleza de lo bucólico. Un paisaje en declive, donde la Perdiz roja (Alectoris rufa) es proscrita de una tierra que antaño gobernó junto al pítano (Vella pseudocytisus) y al jazmín (Jasminum fruticans). Durante los atardeceres, el Mochuelo europeo (Athene noctua), el Búho real (Bubo bubo) o el Autillo europeo (Otus scops) descansan sobre sus posaderos y escuchan el sonido de auxilio de la Chova piquirroja (Phyrrocorax phyrrocorax), clamando por un lugar donde la Culebra de escalera (Rinechis scalaris) deambulaba por las tierras del Quijote.

Macho de Avutarda común. Fuente: SEO/Birdlife

Macho de Avutarda común. Fuente: SEO/Birdlife

Al Sur, las lagunas de Lillo son el hogar de la Cigüeñuela común (Himantopus himantopus) y la Avoceta común (Recurvirostra avosetta). En periodos otoñales y primaverales, son estaciones de paso para las Grullas comunes (Grus grus) o para Flamencos comunes (Phoenicopterus roseus) que exhiben sus rosados tonos que contrastan con el grisáceo entorno. Las lagunas de la Dehesa de Monreal, refugio de la Malvasía cabeciblanca (Oxyura leucocephala), dan cobijo a actividades que poco tienen que ver con las conservación de la Naturaleza. Estos humedales se encuentran condenados al ostracismo en una región que no debe olvidar que figura en el mapa migratorio de sus huéspedes más ilustres y singulares.

Castillo de Oreja en Ontígola (Toledo). Fuente propia.

Castillo de Oreja en Ontígola (Toledo). Fuente propia.

Triste futuro para un territorio empapado de Historia, de una Plaza de Moros, en Villatobas, testigo del apogeo carpetano en la II Edad del Hierro; de una Perusa, en Ciruelos, que durante el siglo IV fue una gran ciudad etrusca que dominó las vertientes de la meseta; de una Oreja, en Ontígola, que fue testigo de uno de los fueros más importantes de Alfonso VII; de una Plaza Mayor, la de Ocaña, levantada en el siglo XVIII y que es la tercera más grande de España. Patrimonio Cultural y Natural se entremezclan en una combinación perfecta de un territorio único y cautivador, con multitud de leyendas, acontecimientos y lugares aún desconocidos bajo sus tierras, que conviven con sus gentes, orgullosas de pertenecer a esta comarca, recordada sólo por el discurrir de los automóviles en la A-4 y los polígonos industriales que invaden sus márgenes.

Autor: José Luis Álvarez Serrano. Licenciado en Geografía por la Universidad Complutense de Madrid. Máster en Planificación y Desarrollo Territorial Sostenible y Profesor de Secundaria y Bachillerato. Doctorando en Ciencias Agrarias y Ambientales en la UCLM. Es autor de blog El Cuaderno de Humboldt


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